Querido lector:



El Coquí Cojo te da la bienvenida y espera que pases un rato agradable leyendo nuestras tonterías. Nuestro objetivo principal es el informarte, de una manera jocosa pero ilustrativa, de lo que sucede en nuestro querido terruño. No nos cabe duda alguna que nuestra islita es el epicentro de lo absurdo, y que superamos las más altas cotas del realismo mágico. Nuestros segmentos están basados en noticias reales que afligen a nuestra sociedad. Obviamente, para conseguir lo que consideramos jocoso, pondremos palabras ficticias a personajes reales, aunque en la mayoría de los casos no nos sorprendería en absoluto que las hubiesen dicho. El lector también podrá disfrutar de noticias totalmente falsas; la labor que tiene el lector es averiguar cúales son, tarea que a simple vista pareciera sencilla pero que a veces, debido a nuestra realidad surrealista, no lo será tanto.

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Estampas boricuas

Esta página del blog se dedica a una serie de textos en prosa dedicados a reflejar diferentes estampas de la vida en Puerto Rico. Cada nación goza de una idiosincrasia propia que vale la pena describir para que reflexionemos sobre la manera en la que vivimos y pensamos. Siguiendo las pautas de nuestro blog, los textos a continuación integran miradas reflexivas, críticas y jocosas. No creo que nadie discuta que los puertorriqueños tenemos problemas con la autocrítica, que no nos sienta muy bien que hablen mal de nosotros y menos de nuestra isla. Desgraciadamente, sin autocrítica es muy difícil cambiar de actitud y deshacerse de los problemas sociales que nos afligen. El Coquí Cojo invita a nuestros lectores a tener paciencia con nosotros al respecto. Muchas gracias.


Una visita para hacerme un MRI


Ciertamente no hay experiencia más humillante que ir a hacerse una resonancia magnética a un hospital en nuestra Isla del Encanto. Una vez concedida la cita varias semanas después de haber llamado, toca ir al hospital muy temprano en la mañana simplemente para que la espera sea máxima ya que por alguna razón u otra, no pasarás a la máquina hasta las cuatro o cinco de la tarde, no importa cuántos pacientes haya ese día, ya que los factores externos se confabularán contra ti. Y… ¿cuáles son esos factores externos? Hay muchos, pero entre ellos siempre tendrá lugar el hecho de que uno de los operarios no ha podido venir esa mañana y los otros operarios no pueden, por alguna razón misteriosa e inescrutable, encender la máquina, o apagarla. Así que comienza la espera en una sala de hospital, con todas las sillas incómodas de plástico fijas al suelo, todas mirando hacia la misma pared, hacia el mismo televisor que no se oye. A un lado se podrán ver las ventanillas de empleados que llevan la administración, donde el paciente debe entregar los papeles correspondientes, y al pasar las horas se irán convirtiendo en un refugio para los pacientes que llevamos allí seis horas sin que nos llamen. Poco a poco la gente se levanta a estirar las piernas, no se decide ir a preguntar hasta que llegue el momento que ya no se aguanta más y se va y se pregunta. Los empleados detrás de las ventanillas parecen que no hacen mucho, desaparecen de vez en cuando, y vuelven a aparecer media hora más tarde. Pero nadie tendrá respuestas válidas. Nadie sabe por qué seguimos allí sin ser atendidos. Se nos aconseja que comamos algo, que volvamos una hora después, en fin, se nos sugiere indirectamente que mantengamos silencio y no fastidiemos, que lo del MRI es algo mágico que no podemos comprender.

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Esperando al médico especialista

Una vez me tocó ir a un especialista. No podía ir a las ocho de la mañana como me habían dicho por razones de mi trabajo y les telefoneé para avisar. Me dijeron que me pasara por la tarde antes de las tres, que aun así el médico me vería. Así que fui, me apunté, y me senté a esperar. En la sala había cinco personas. Levaban allí desde las 8 o 9 de la mañana, así que estaban realmente cansados. Ya preparado me llevé un libro, una revista y un artículo que tenía que leer para el día siguiente. Así que me puse manos a la obra, y ya acostumbrado, pude leer a pesar de que todo el mundo estaba hablando, algunos con los que estaban sentados a su lado, una madre con los hijos, y un par conversando por sus celulares. Yo trataba de ir a lo mío, pero la conversación de uno de los que estaba hablando por el celular me llamó la atención. Se trataba de un agente deportivo, de béisbol, que estaba discutiendo los detalles de un contrato de su cliente con un equipo de grandes ligas. Vamos, ¡la cuestión era impresionante! Para mí fue como una lección de negocios. Discutió las cláusulas del contrato, regateó un par de condiciones, cambió de registro oral en varias ocasiones, desde el frío hombre de negocios hasta el posible amigo que intentaba ganarse al que estaba al otro lado de la comunicación mediante un discurso de solidaridad boricua, e incluso llegó a desplegar un tono paternal al describir los orígenes humildes del muchachito que cambiaba así su vida. Una vez que terminó la conversación volví a leer mi libro y artículo, y seguía pasando el tiempo. Una secretaria me trajo los papeles a rellenar como nuevo paciente, volvió poco más tarde y se los llevó. Al rato volvió para pedirme la tarjeta del seguro y licencia de conducir, luego volvió a devolvérmelas, luego volvió a que le pagara el deducible, luego a traerme el recibo, luego a que pasara adentro para pesarme y tomarme la presión, y luego, cuando creía que me iba a ver el médico, me llevó de nuevo a la sala de espera. En pocas palabras, no me dejaban tranquilo. Pero la sala iba quedándose vacía poco a poco. Un amigo me telefoneó y charlé con él casi media hora. Me preguntó si tenía un número de espera y le dije que no, pero que creía sería el 3,015 por lo menos. Me quedé sólo en la sala de espera, y la temperatura comenzó a bajar rápidamente porque el aire acondicionado estaba al máximo y como ya no entraba ni salí nadie, aquello parecía una tumba. En fin, esta es otra anécdota que quería contarles.




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Mi primera visita al médico

La primera vez que fui al médico llegué a pensar que estaba en otro planeta. Cuando saqué la cita por teléfono, la recepcionista me dijo que estuviera a las ocho de la mañana. Cuando llegué a eso de las ocho menos cuarto, había una docena de pacientes sentados en la sala de espera. Me senté y pronto me pregunté por qué habría tanta gente. La recepcionista me indicó que me acercara, me dio un fajo de papeles para que rellenara todo tipo de información y me señaló que firmase en la lista de espera. Le dije que mi cita era a las ocho, me miró con ojos cuadrados, ahora pienso que se estaría riendo por dentro, y me dijo que como funcionaba la cosa era que el doctor atendía por orden de llegada. Yo no sabía qué hacer, me preguntaba en silencio por qué me dijeron entonces que llegara a las ocho y me senté a esperar. Pasaban los minutos, y nadie era llamado. Allí estábamos todos mirándonos las caras. Poco a poco seguían entrando pacientes a la sala de espera, y cuando no quedaron sillas disponibles, los recién llegados comenzaron a sentarse en el pasillo. Pasó media hora, una hora… todavía no llamaban a nadie. Volví a la ventanilla de la recepcionista, le pregunté por qué no llamaban a nadie, y me respondió que el doctor no había llegado. Le pregunté cuándo llegaría y tranquilamente me dijo que eso nadie lo sabía. Vamos, que ni Dios lo sabía, que quizá tendría que pasarse por el hospital antes de venir a atendernos. Pasaban las horas y seguíamos mirándonos los unos a los otros. La salita era pequeña, había una televisión en una pared, con programación local, pero nadie la estaba mirando realmente. Me sentía como si estuviese en una balsa de náufragos esperando que pasara un barco que nos salvara. ¡El doctor llegó raspando el mediodía! Luego atendió con parsimonia tropical a los pacientes, y cuando me llamaron ya eran las tres y media de la tarde. Luego de comentar lo pasado con las pocas personas que conocía en ese momento, me fui dando cuenta que los médicos en este país son algo así como semidioses griegos, a los que se debe idolatrar, y que tienen nuestros destinos bajo su poder. Nunca más volví a ese doctor, me pareció bastante pedante y sus conocimientos no me impresionaron mucho. Obviamente cuando se trata de la salud, nosotros los mortales estamos a la merced de los dioses, y de los semidioses. Ya he conocido a varios médicos. Algo que creo que es evidente es que la mayoría de ellos no estudiaron medicina por vocación, sino más bien por los beneficios económicos y de estatus social que representa dicha profesión en Puerto Rico. Otra causa son las presiones familiares, sobre todo aquellas con médicos en sus filas. Y tampoco puedo culpar a unos padres que quieren ver a sus hijos en Mercedes, con yates, y con la vida realmente resuelta.
Me han dicho que la gente ha desarrollado estrategias como ir a la consulta, firmar la lista e irse para volver por la tarde, o enviar a alguien que trabaje cerca para firmar por ellos, o construir una amistad con la recepcionista para que te pase antes, o ir a algún médico que sea familia de algún amigo o pariente lejano, o conocer al jardinero de la mansión del doctor para que nos ayude de alguna manera. ¡Y no digamos de intentar caerle simpático al doctor! Nada más se llega por primera vez ante la presencia del semidios se le rinde toda la pleitesía posible. Darle mil gracias por recetarnos lo que sea, incluso aspirinas, admirar sus diplomas universitarios y de cursos especiales colgados en la pared, admirar algún objeto de arte que tenga en la oficina, decirle lo guapos que son los hijos de la foto sobre el escritorio, alabar el buen gusto que tiene en relación con la decoración, como por ejemplo, el hermoso color de las cortinas, lo mucho que hacen falta los médicos en la sociedad, que ojalá el gobernador fuera médico, que uno se equivocó estudiando otra cosa, que si se pasa por el taller de mecánica o por la oficina de gobierno en donde uno trabaja, que no se preocupe, que ya se haría algo por ayudarle…
Ahora cuando me toca ir al médico llevo conmigo un par de libros, me llevo el trabajo a la consulta, y tengo que reconocer que mis habilidades de concentrarme con la gente charlando a mi alrededor han mejorado notoriamente, incluso con niños que hastiados de esperar, se revuelven viperinamente por los suelos. Creo que mi adaptación ya ha llegado a su objetivo ya que a veces incluso me sienta mal cuando me toca el turno y todavía no he acabado lo que estaba haciendo… pero claro, lo bueno es que siempre puedo acabar lo que estaba haciendo ya que tendré media hora más cuando me abandonen en el cuartito del examen médico mientras esté atendiendo a otros pacientes.
 
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Sobre el estado de las carreteras
Otra de las realidades que es difícil de comprender es el estado de las carreteras, especialmente en el área metropolitana. Ni que decir tiene que nunca había visto las dimensiones de los boquetes y socavones que me encontré aquí. Mil veces, una por golpetazo, me pregunté cómo era posible, mientras sentía cómo todos los tornillos de mi auto se iban aflojando y los amortiguadores se iban desencajando. Por fin entendía que los comerciales donde enseñan un SUV abriéndose paso por las veredas amazónicas sólo eran una metáfora ecológica de nuestras carreteras. Pero yo no tengo un SUV, tengo un carro diseñado para rodar por carreteras planas, inmaculadas. ¡El pobre ha envejecido diez años en menos de dos! Uno piensa en la lluvia torrencial, en la severidad del clima, e intenta justificar lo que sufren las carreteras de alguna manera. Pero no, la verdad es que el problema principal es la falta de mantenimiento.
El estado de las autopistas es lamentable, generando la pregunta ¿dónde irá lo que se recauda en los peajes? Siempre me hace recordar una camiseta que vi en Madrid que llevaba escrito “Para qué pagar contribuciones si recaudan los ladrones”.  Luego de varios años años en la isla, nunca he visto operaciones de reemplazo del asfaltado. Y hablando de peajes… ¿por qué los que trabajan en los peajes se encargan de recoger las monedas de los conductores para echarlas a la canastilla? ¿Tan mala es la puntería de la gente? ¿Tan aburridos están los que trabajan allí? (explicación más plausible para mí)
En mi primer viaje a Ponce, vi cómo todo el mundo iba por el carril izquierdo, sin dejar pasar ni a Dios. Hasta que me di cuenta de que se trataba de la pésima condición del carril derecho, supongo que por el paso de camiones. Era por supuesto imposible adelantar, así que todos conducíamos a una velocidad considerablemente por debajo del máximo permitido. He ido a Ponce varias veces y antes de salir tomo unos segundos de meditación profunda para mentalizarme de la frustración que voy a pasar, y me da pena del carro, como si yo fuera un jinete que sabe que va a meter al caballo por escarpados y barrancas hasta que reviente y tenga que dispararle sin compasión un tiro en la cabeza.
En la autopista de San Juan a Ponce siempre verás varios carros detenidos esperando por las grúas, y no es para menos. Sólo si eres mecánico o dueño de un servicio de grúas estarás contento con el estado de las carreteras. ¡Quizá sean sus sindicatos los que bloquean el presupuesto de las propuestas de reparación de carreteras!
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La experiencia de pedir direcciones en PR
La primera vez que pedí direcciones no podía creer que realmente estuviera en África. La mayoría de los puntos de referencia que me dieron se referían a tipos de árboles o accidentes geográficos, como por ejemplo, lomas bajando y subiendo, un río a la izquierda, una barranca a la derecha… Ni un solo nombre de calle, avenida, esquina, cruce, nada que tuviera que ver con las carreteras o las calles en sí. Todo eran curvas, y más curvas. De vez en cuando se mencionaba un bar en una esquina, un cafetín de color rosa, una luz que no funcionaba. Ni qué decir que no llegué a donde inocentemente había planeado llegar. Luego de dar vueltas buscando el supuesto árbol de mangó y la enredadera de flores blancas, le pregunté a una señora que estaba caminando por un sendero de tierra paralelo a la carretera y no supo decirme absolutamente nada. El haber vivido allí por seis décadas no había resultado en saber dónde estaba lo que yo estaba buscando. En fin, amablemente me dijo que preguntara en la gasolinera que supuestamente encontraría si tomaba a la derecha en un árbol de aguacate que supuestamente estaba torcido, y tenía tres ramas cortadas para que no interrumpiera los cables de la luz. No sé si llegué a la gasolinera que ella pretendía, pero llegué a una gasolinera. Entré a preguntar y se armó una variedad de opiniones entre el que estaba detrás del mostrador y dos clientes. Ahora tenía tres versiones diferentes, según los criterios de cómo llegar más rápidamente, de cómo llegar más fácilmente, y de cómo llegar a otro sitio en el que debía volver a preguntar porque sería mucho más fácil desde allí. Si hubiera sabido quizá no hubiese parado en la gasolinera, o hubiera llevado una libreta para apuntar todos los detalles. Pero tenía tiempo, así que no desistí y seguí vagabundeando por las carreteras sinuosas, los cruces atestados de tráfico, las luces parpadeantes, las entradas y salidas de camiones, las escuelas atiborradas de niños a la hora de la salida. La verdad es que nuestro país es bonito y al menos uno se entretiene en la búsqueda del destino pretendido. Y también hay que decir que la gente tiene un buen corazón al intentar explicarte cómo llegar. Pero desgraciadamente todo eso no ayuda mucho al conductor. Mi impresión básica de la cuestión es cómo se llegó al trazado de calles que tenemos, a quién se le ocurrió romper con la geometría cartesiana tan útil para estas cosas que llamamos carreteras. ¿Cómo se llegó a esto? ¿Fue un ingeniero borracho quien trazó el plano de carreteras?
Y el lector se preguntará dónde carajo quería yo haber llegado. Pues la primera vez, la que he narrado aquí, mi destino era el recinto de Bayamón de la Universidad de Puerto Rico. Mucha gente a quien pregunté no sabía dónde estaba. ¿Se podría llegar a alguna conclusión a partir del hecho de que la mayoría de la gente de Bayamón no sabía dónde estaba su recinto universitario? Este sería otro tema a contemplar.
Lo que sí quiero decir es que me he perdido tanto que he terminado conociendo gran parte de la isla sin intentarlo. Y además, he aprendido a diferenciar cuando alguien se refiere a un árbol de mangó grande, muy grande, enorme, bien grande, gigantesco, promedio, regular, cargao, virao


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Guaynabo City - English is spoken here!
Bueno, cómo podría comentar esto… déjame pensar… es simplemente la idiotez más grande que he encontrado en Puerto Rico. Uno va tranquilo guiando en un día soleado y de repente, sin aviso alguno, todo se vuelve en inglés. Acabamos de pasar la línea de la cuarta dimensión o algo así, hasta que uno se tranquiliza porque los pordioseros de los semáforos vuelven a poner la realidad en su sitio. ¿A quién se le ocurrió esta imbecilidad? ¿Qué se habrán creído? Que porque cambiemos los letreros a otro idioma, ¿de repente somos diferentes? Menos mal que no se les ocurrió cambiarlos a francés, sin querer insultar a los franceses, pero imagínese querido lector que de repente somos franceses al entrar a Guaynabo, para dejar de serlo al pasar a Bayamón. Lo gracioso es que no es el caso de Canadá, que los letreros de la provincia de Quebec están en francés y los de la provincia de Ontario están en inglés (incluso si mal no recuerdo en Ontario los letreros son bilingües). En Canadá por lo menos estás guiando por horas y horas hasta pasar la raya entre provincias, pero aquí, de Guaynabo a Bayamón hay un suspiro. Claro que estoy simplificando el problema, todos sabemos que todo esto responde a una situación política. Y yo no quería incluir el tema político porque la verdad es que los puertorriqueños nos enfadamos mucho hablando de política. Pero es que no puedo creer que ni los estadistas no se rían entrando en Guaynabo. Primeramente, es simplemente un cambio cosmético, falto de un verdadero compromiso ideológico. Con esos cambios la alcaldía de Guaynabo se está riendo de la ideología penepeísta porque nos está diciendo a todos que ellos mismos no son nada serios, pues si lo fueran deberían prohibir el idioma español del todo. Nada de medias tintas. Si decidieron cambiar al inglés, y no poner letreros bilingües, es que nos están diciendo que aborrecen el español. Pero se acobardan y no se comprometen del todo… ¿o es que los políticos, o los policías, o los empleados públicos de Guaynabo sólo se comunican en inglés? Y si un americano llega a Guaynabo e intenta, de buena voluntad, dirigirse a un policía en español, ¿lo arresta? Pues debería arrestarle ya que se está riendo de los letreros del carro de policía, Guaynabo Police. Debería ser un insulto a la autoridad. Y como el alcalde de Guaynabo me hable en español dentro de su territorio jurisdiccional, ¿debo hacerle un arresto civil?
En fin, sugiero a los humacaeños que cambien los letreros al japonés ya que su pueblo es el oriente de la isla, donde sale el sol naciente todas las mañanas. Además, las carreteras humacaeñas están llenas de carros japoneses…


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