El que un niño muera de un disparo se considera en la gran mayoría de las naciones como una tragedia de tragedias, algo que nunca debería suceder. En esos países donde se considera la muerte de un niño como un abismo sin fondo tienen la enorme suerte de que se sienten así porque ese tipo de evento sucede con una frecuencia bajísima. Por otro lado, en los lugares donde sucede de forma más o menos habitual (digamos 2 ó 3 veces al mes), la gente se protege del dolor de dichas tragedias por medio de un mecanismo de alejamiento emocional. Especialmente cuando se ha perdido la esperanza que pueda corregirse el descalabro social. Es la única forma de protegerse emocionalmente para la mayoría de los ciudadanos. Muchos se consuelan pensando que sus circunstancias individuales les hacen de cierta manera inmunes a dicho tipo de tragedia. Y los menos, se solidarizan con las víctimas de forma anónima y realmente llevan una carga emocional gigantesca.
Es realmente trágico e incluso terrorífico ver a los padres de los niños asesinados totalmente resignados desde el primer minuto ante la tragedia que se ha llevado a sus hijos. La única manera de entender esto es que los puertorriqueños que viven de manera humilde, que no tienen los medios para protegerse de la realidad de la calle, ya tienen asumido que tarde o temprano serán las víctimas de alguna tragedia, es simplemente cuestión de tiempo. Parece imposible, ¿verdad? Pero desgraciadamente no lo es. Una enorme parte de nuestra población vive donde los crímenes más espantosos son sucesos cotidianos. Todos conocen a gente, vecinos y amigos, que han pasado por grandes tragedias que en la mayoría de las naciones no suceden prácticamente nunca. Y obviamente, si esto le pasa al que vive tres casas más allá de la tuya, no hay ninguna razón para que no te pase a ti. Así nuestros compatriotas crecen, acostumbrándose poco a poco a esta maldita realidad que estamos viviendo.
Sin embargo, hay un factor que hace del caso de PR un tanto diferente: la accesibilidad de los asesinos a todos los ciudadanos del país, sin importar estrato económico o social, es mucho mayor que en la mayoría de los países. Nuestro país es pequeño y todos estamos, en la mayoría de las horas del día, accesibles al crimen.
Da mucha pena, incluso miedo, ver cómo la anormalidad se ha convertido en “normalidad” en años recientes. Hace 30 años, el hecho de que un niño de 11 años muriera de un disparo, un disparo que iba dirigido al auto de su familia, hubiera levantado protestas multitudinarias. Hoy no levanta ni siquiera la indignación de los padres…
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