Érase una vez un príncipe bastante destartalado que tenía unas orejas enormes como los platillos de una orquesta sinfónica... El príncipe tenía un gran problema que le quitaba el sueño todas las noches: le habían nombrado a un cargo que no tenía ni idea de cómo desempeñar. El príncipe se veía con una montaña de problemas frente a sí, y no veía manera humana de resolverlos. Pero el príncipe no quería confesar que era un inepto y quería seguir cobrando el sueldo que le daban porque sólo así podía pagar los gustos que tenía. En un momento mágico, el hada del príncipe se le apareció y le dijo que si era honesto no tendría otra salida que renunciar a su cargo. Las palabras del hada madrina le dejaron estupefacto pero a la vez le dieron la solución a su problema: sólo mintiendo podría resolverlo todo. Y por esto el príncipe se convirtió en el embustero más grande del reino... y le ordenó al departamento de estadísticas de su agencia que cambiara las definiciones de lo que hiciera falta para probar matemáticamente que la agencia era muy eficiente y que sabía manejar el crimen de su reino. Y los empleados, con las amenazas de perder sus trabajos si no cumplían las órdenes y con la aspiración de ganarse unos cuantos bonos fatulos de miles de dólares, no tuvieron más remedio que obedecer... Y tanto fue el empeño de los empleados con las órdenes del príncipe que determinaron que sólo existía la mitad exacta de los problemas, ni más ni menos. Y así el príncipe pudo presentar un informe en el que el reino pasaba de ser una cueva de piratas a un paraíso terrenal con unas cuantas fallas que no había duda se podían resolver después.
Cuando el hada madrina se le apareció de nuevo, el príncipe le dio las gracias por su consejo y le habló del arte de los números y las estadísticas. Sin embargo, como le ocurrió a Pinocho, al príncipe le crecieron las narices un montón, pero como tenía las orejas tan grandes, muy poca gente se dio cuenta de ello...
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