Hoy en El Nuevo Día apareció la noticia titulada “Puerto Rico en la encrucijada” en la que se cuenta lo mal que se sintió Dayra Rivera cuando Apple no le envió el estuche gratis porque no consideraban a Puerto Rico un estado de los EE.UU. Apple le dijo que no hacían envíos internacionales. La indignación de Dayra, quien se sintió “tratada como una ciudadana de segunda clase” es el punto de partida para que la noticia hable sobre el estatus indefinido que hemos tenido y tenemos, y que si fuéramos un estado estas cosas ya no pasarían.
Primero, las empresas americanas no tienen por qué tratarnos como otro estado ya que no lo somos. Segundo, aunque fuésemos estado, eso no garantizaría que dejáramos de ser “ciudadanos de segunda clase” porque hay una serie de atributos que los americanos toman en cuenta. Por ejemplo, no hemos sido parte de su historia principal y amada (guerra de independencia, expansión hacia el Gran Oeste Americano). Sólo llegamos a ligarnos con los EEUU como consecuencia de un evento puntual, la Guerra Hispanoamericana. En realidad somos un territorio de EEUU al ser ni más ni menos que un “botín de guerra”. Además, nuestras diferencias culturales son evidentes (claro, hoy en día hay más de 40 millones de hispanos en EE.UU. pero su cultura es una cultura diferente a la nuestra también). La bonita versión de que todos contribuimos formando el “melting pot” es una falsedad como un templo, y ha sido reconocido un fracaso. Que hablemos un idioma distinto no es un problema tan grande al lado de la mentalidad del estadounidense, contraria a la diversidad lingüística. Aunque lleguemos a ser estado, nunca nos considerarán iguales a ellos (a nosotros en El Coquí Cojo no nos importa esto en absoluto). Aunque Apple nos tuviera que enviar el estuche por ser estado, nuestra ciudadanía estadounidense nunca será de primera clase. Y no porque ellos sean perversos, es simplemente porque somos diferentes. No importa cuán bien baile salsa un americano, nosotros siempre le veremos como “el americano”, y no por maldad.
Es fácil de ver, tenemos un buen ejemplo: Hawai. Son estado desde hace bastante, pero los hawaianos no son considerados americanos del todo por los americanos. Si vas a Hawai, la inmensa mayoría de los hawaianos laboran en trabajos humildes, mientras las grandes empresas americanas se llevan las ganancias. Los hawaianos viven en residencias comunes (incluso muy humildes), y la práctica totalidad de las casas de lujo están en manos de americanos (ya sabes a qué nos referimos como americanos, y no es por insultar ni mucho menos).
El sector turístico hawaiano es uno de los más rentables del mundo, pero los hawaianos sólo son los que atienden a los clientes, los que limpian las habitaciones, los que recogen las sillas en la playa, etc. A pesar de ser estado, viven prácticamente en las mismas condiciones en las que vivimos nosotros. Con excepción de las tasas de crimen, que las nuestras son altísimas. Pero la explicación de ello es fácil, Hawai es el archipiélago más aislado del planeta, no sirve como ruta de drogas. También su población es muy pequeña, y además repartida en siete islas.
Ser estado no les ha servido de mucho. Al contrario, ya quisieran ser independientes y repartirse las ganancias de su industria turística, e invertirlas en su suelo.
Para nosotros, Apple se puede quedar con sus estuches. Sólo tenemos que pensar que Nokia, una de las compañías más importantes del sector de la telefonía móvil, es finlandesa. Finlandia tiene una población de unos cinco millones de personas, y su clima es uno de los más inclementes del planeta. Su sector turístico no vale de mucho, ni goza de muchos recursos naturales. Simplemente se la han montado muy bien, tiene un sistema educativo excelente, y un sistema social extraordinario, gracias a una mentalidad colectiva. La mentalidad colectiva que nosotros, los puertorriqueños, hemos perdido gracias a la cultura del individualismo de los americanos. Nos han dividido desde el comienzo, y muchos de nosotros siguen pensando que la estadidad es la solución a los problemas. Que se lo pregunten a los hawaianos. ¡Mahalo! (Gracias en hawaiano).
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