Si los 133 arrestados por el FBI no hubieran sido arrestados pero hubieran muerto en algún accidente atroz como por ejemplo un ataque terrorista o el descarrilamiento del tren urbano, los medios del país, especialmente las emisoras de televisión, hubiesen presentado una estampa de la vida de cada uno de ellos, hubieran entrevistado detalladamente a las familias, y hubieran mostrado los funerales y los velorios para que de alguna forma todos pudiéramos sentir el dolor, ser parte de la tragedia. Incluso se marcaría la fecha en nuestra memoria colectiva y recordaríamos a las víctimas y a sus familias cada año, y pondríamos flores en alguna estatua que se les hubiera dedicado.
Pues bien, ¿por qué no hacer lo mismo con los 133 arrestados? ¿Por qué no aprovechar la vergüenza y el dolor de las familias, de los padres e hijos de los arrestados? ¿Por qué no tratar de entender por qué vendieron el alma al diablo? ¿Por qué traicionaron al pueblo puertorriqueño? Enseñar a cambio de qué habían vendido su integridad, qué consiguieron con pasarse al lado de los traficantes de drogas.
¿No haría bien que los padres del país pudieran hablar con sus hijos mientras ven las imágenes por televisión? Por ejemplo, ¿no sería útil decirle a nuestros hijos: ves, por un BMW este hombre se deshonró a sí mismo y a su familia? ¿Crees que por un BMW vale la pena poner tu honor, tu honra en juego? ¿Crees que por un BMW merece la pena traicionar a tu familia y a tu gente? Aprovechar la ocasión para enseñarles el inmenso valor de la honestidad, el valor de poder ir con la frente bien alta.
Sería muy útil poder hablar con nuestros hijos francamente con los testimonios de las familias afectadas en la pantalla de televisión. Decirles que si ellos hicieran algo así, incluso aunque no los cogieran, sería muy doloroso para ti como padre o como madre, como abuelo o como abuela, como hermano o como hermana.
Sería útil que cada familia afectada directamente mostrara públicamente su decepción ante los actos del policía o cargo público arrestado correspondiente, que usara su dolor y vergüenza para la noble causa de servir de ejemplo a los niños, jóvenes, incluso a los que ahora mismo estén del lado de la corrupción, y valientemente dijeran ante las cámaras: “Yo, María..., estoy muy decepcionada, dolida, avergonzada de que mi hijo, Miguel…, haya usado su cargo para abusar de los que se suponía protegiera. No te equivoques, las drogas que mi hijo ayudó a transportar, o vender, o proteger, muy probablemente han sido la causa de la muerte del hijo o hija, del hermano o hermana, del papá o mamá de alguien como yo. Por favor, te pido que nunca hagas lo mismo con tus padres, con tu familia, y menos con el pueblo puertorriqueño”.
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